Era el tiempo de las Hadas y cuenta
la leyenda de una hermosa muchacha cuya belleza nadie podía ver. ¿Por qué? Pues
porque desde niña le gustaba dormitar cerca del fuego de la chimenea
y toda ella quedaba cubierta de una espesa ceniza.
Por eso le llamaron
la Cenicienta. Era huérfana de madre; su padre había vuelto a
casarse y ahora vivía con su madrastra y las dos hijas de ésta, vale decir, sus
hermanastras.
Pero como el papá de
la Cenicienta debía viajar casi siempre, ella trató de iniciar una
buena relación con sus nuevos parientes y recibió a cambio el trato déspota de
la madre y sus hijas. La emplearon peor que a una esclava y le
mezquinaban incluso a la hora de darle sus alimentos.
El odio que sentían por ella, tenía
su razón en que veían que la Cenicienta era mucho más bella que
ellas.
Por esos días llegó una
invitación del Rey dirigida a todas las jovencitas. Su hijo, el príncipe,
llegaba de viaje con la disposición de casarse, y las hermanastras
pensaron ser las elegidas.
Ellas sabían que no eran tan hermosas
y sí algo mayores, y por eso trataban de molestar a la Cenicienta:
"Como tú no eres bella - le dijeron - y no tienes vestido, no irás a la
fiesta, pero coserás nuestros vestidos".
Y
la Cenicienta trabajó día y noche, complaciendo a sus
vanidosas hermanastras.
La noche tan esperada llegó y las
hermanastras lucían repintadas, muy perfumadas, pero de belleza casi nada.
Partieron con su madre y la Cenicienta se puso a llorar de tristeza.
Si tuviera a mamá o a mi Hada,
también yo estaría en la fiesta", se dijo, justo cuando de un resplandor
surgió su preciosa Hada y le dijo: "Tus deseos serán
realidad". Y la Cenicienta lució vestida como una reina. Al gato
y al ratón, el Hada los convirtió en un lujoso carruaje.
Al partir, su Hada le
advirtió: ''A las doce acabará el encanto y debes volver".
Su llegada a la fiesta fue un suceso
y el príncipe dejó a todas por bailar con ella.
Estaba subyugado con su belleza, pero
cuando iba a declarar su amor, el reloj dio las doce y ella corrió
aprisa, bajó las escaleras y tropezó, perdiendo su zapatito.
El príncipe trató de seguirla, pero
fue inútil. Y el rey, al ver que su hijo sufría, ordenó probar el zapatito
entre todas las jóvenes del reino, pero resultaba inútil.
Y llegaron a casa de
la Cenicienta. Las hermanas creyeron ser las elegidas, pero sus pies eran
grandes y toscos. Ya se marchaban cuando alguien miró a la
belleza ceniza y le alcanzó el zapatito: ¡Era ella! Llegó el
príncipe, pidió su mano, se casaron y fue la más bella y feliz de las
princesas.
Autor: Charles Perrault
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